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La cultura humana, motor evolutivo

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Hasta hace poco tiempo, era mayoritaria la opinión de que la cultura es un factor que, en cierto modo, nos protege de determinadas presiones selectivas. La ropa nos protege del frío, la medicina de las enfermedades, la agricultura del hambre, etc. Desde ese punto de vista, la cultura humana actúa “contra” la selección natural que es, como es bien sabido, el principal motor de la evolución de las especies.

Recientemente, sin embargo, se ha empezado a otorgar a la cultura un papel diferente. Dado que la cultura puede definirse, de forma amplia, como cualquier comportamiento aprendido, si alguno de esos comportamientos aprendidos se convierte, por las razones que fuese, en un factor selectivo, tendríamos que concluir que la cultura incide en la evolución de la especie humana, no sólo por neutralizar ciertas presiones selectivas, sino también por generar otras.

Esta tesis ha sido desarrollada por los investigadores Kevin N. Laland (Universidad de St. Andrews, GB), John Odling-Smee (Universidad de Oxford, GB) y Sean Myles (Universidad de Cornell, EEUU y Acadia, Canadá) en un artículo titulado “How culture shaped the human genome: bringing genetics and the human sciences together”, que acaba de publicar la revista Nature Reviews Genetics (vol. 11, pp.: 137-148; febrero 2010) (doi:10.1038/nrg2734).

El artículo se refiere a dos teorías. Una es la teoría de la construcción del nicho, según la cual los organismos tienen una cierta capacidad para, modificando las condiciones físicas del entorno, incidir en la selección natural; actuarían de esa forma como codirectores de su propia evolución y de la de otras especies. La otra teoría es la de la coevolución genético-cultural, teoría para la que los estudios antropológicos han proporcionado cierto respaldo.

Los genetistas son hoy capaces de identificar cuáles son los genes que se encuentran sometidos a mayor presión selectiva en la actualidad. Calculan que son unos 2.000 genes (el 10%) los que muestran alguna evidencia de estar sometidos a presión selectiva, y el periodo de tiempo durante el que se viene ejerciendo esa presión es de entre 10.000 y 20.000 años. Muchos de esos genes se encuentran bajo presión “convencional”, como pueden ser los responsables de codificar el sistema inmune, o como los responsables del color de la piel, relacionada, quizás, con el clima y la geografía.

De entre los casos en los que una práctica cultural ha afectado al genoma, el ejemplo mejor conocido es el de la ganadería para producción de leche y el gen de la lactasa. La mayor parte de los individuos de nuestra especie “apaga” el gen de la lactasa poco tiempo después de ser destetados, pero los europeos del norte, que descienden de un grupo de pastores de ganado de hace 6.000 años, mantienen el gen “encendido” durante toda la vida. Gracias a ello, pueden consumir leche, ya que la lactasa es el enzima que digiere la lactosa, el azucar de la leche. Sin ese enzima no se puede digerir y ello causa problemas digestivos que pueden llegar a ser muy severos.

Pero resulta que la tolerancia a la lactosa no sólo ha aparecido en europeos del norte; en tres pueblos africanos de pastores también se ha producido y lo más curioso es que la mutación que lo permite es diferente en cada uno de los cuatro casos. La ventaja derivada de esa mutación debió de ser muy importante, ya que se ha extendido de forma considerable en un tiempo relativamente breve.

Además del de la lactasa, hay otros genes que están siendo afectados por cambios en la dieta y en el metabolismo. Se trata de comportamientos culturales que, muy probablemente, reflejan el gran cambio que se produjo hace 10.000 años en la dieta humana durante la transición al Neolítico y la aparición de la agricultura y la ganadería. Las gentes que viven en sociedades agrarias consumen más almidón y tienen copias extra del gen que codifica la síntesis de la amilasa (la enzima que digiere el almidón) que quienes dependen más de la caza o de la pesca.

Muchos genes relacionados con el gusto y el olfato también dan muestras de estar sometidos a fuerte presión selectiva, lo que quizás refleja un cambio de dieta de gran importancia. Y finalmente, también los genes que afectan al crecimiento óseo se encuentran sometidos a presión, debido seguramente a la pérdida de peso que ha experimentado el esqueleto humano al pasar de la vida nómada a la vida sedentaria.


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